domingo, 22 de marzo de 2009

Minicuentos / Jordi Cebrian

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Más allá del muro

Las chimeneas siempre han existido, y nadie recuerda cielos sin humo. No se sabe qué se hace, ni quién trabaja allí. Los chavales intentan saltar los muros, pues está prohibido. Y aunque pocos se aventuran más allá, siempre alguno se atreve a subir la verja, a esquivar los alambres como navajas, y llega al otro lado. Nadie le vuelve a ver, claro está, pero eso no impedirá que otros quieran repetir. Los ancianos aseguran que los muros no son para prohibir entrar, sino para no dejar salir, pero nadie se atreve a asegurar si ellos están dentro o están fuera.

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Tras el silencio, las palabras

El anciano llevaba tiempo sin contar cuentos. No por falta de ideas, que llenaban como siempre su cabeza de un caos ingobernable. No era falta de tiempo, pues los días seguían repletos de los mismos minutos. Era miedo a que las palabras no acudieran a la llamada, temerosas de quedar expuestas en toda su desnudez para ser observadas y juzgadas. Miedo a repetirse, o a contar el cuento último, el que hará innecesarios todos los demás. Y miedo a que cien palabras no encontraran su historia, aunque fuera el relato tantas veces contado de un anciano escritor que teme escribir.

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La Muerte está triste

Encargaron una consultoría para mejorar el rendimiento de la Muerte, pues sus metodologías eran antiguas, y llevaban tiempo sin renovarse. Le pidieron que cambiara el vestuario y se encorbatara, que sustituyera la antigua guadaña por un maletín discreto repleto de armas, venenos e ideas dañinas. Instauraron protocolos y procedimientos burocráticos, y la Muerte se iba deprimiendo, sentada en un rincón sin poder matar a nadie porque faltaba un papel, o un permiso, o por no haberlo planificado con tiempo. Pero, no se sabe cómo, a los consultores que llevaban el tema les cayó encima un piano y nadie quiso sustituirles.

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Las mariposas sólo viven un día

Recorría la ciudad de madrugada buscando muros tristes en los que crecieran plantas trepadoras, y dibujaba en ellos un par de mariposas de colores, de perfección exquisita, que parecían revolotear entre las piedras y la vegetación. Muchos pasaban sin verlas, presurosos por llegar a sus casas o despachos, donde no están permitidos los lápices de colores. Otros se deten ían a mirarlas, y sonreían, y esa pequeña alegría les acompañaba en su camino. Y enseguida llegaba la brigada municipal, luchando por mantener la ciudad bonita, y bajaban de sus furgonetas, y con dos brochazos de pintura gris mataban a las mariposas.

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El agujero

Él y su mujer fueron a vivir a la montaña hacía un par de años, y no volverían a la ciudad por nada. Una casa de madera en medio del bosque, cerca de un lago precioso, y mucho tiempo libre para dedicarlo a sus aficiones. Mientras paseaba solo, oyó unos gritos de auxilio, y corrió hacia allí. Un excursionista había caído en un agujero profundo, medio oculto entre hierbas, y no podía salir. "Espere", le dijo, "voy a buscar ayuda."
Al verle llegar, su mujer vió la alegría en su rostro, y sonrió. "Otro más", dijo él, cogiendo la escopeta.

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Magia en la oficina

En mi empresa hay muchos ingenieros, y gente muy lista. Pero cuando los problemas son realmente importantes desde gerencia llaman a un prestigioso chamán africano, con 20 años de experiencia en la alta magia espiritual. Entre danzas, humos y ungüentos, dicta las directrices estratégicas, nos las deja grabadas en un hueso y a nosotros sólo nos queda implementarlas. Hay quien se mosquea, y va a quejarse, molesto porque se haga más caso a un hechicero en taparrabos que a los técnicos de la casa. Pero cuando ve al jefe de personal jugando con muñequitos y agujas, acaba por dejarlo correr.

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Espacios de trabajo

Desde que reestructuraron los espacios de trabajo de mi oficina, han desaparecido dos personas, una chica muy maja, y un becario. En los planos constan sus cubículos, así que un comité de expertos cartográficos está analizándolos para localizarles. Ellos contestan los correos electrónicos, cuentan que están tras unos armarios y unas mamparas, pero como todas son iguales no ayuda. A veces alguien cree oírles, pero es difícil saberlo, por el ruido de las impresoras y el aire acondicionado. Al becario ya nos hemos resignado a sustituirlo por otro, pero a la chica nos sabría mal perderla, porque es muy maja.

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Antes de ir a dormir (The movie)

Su padre intenta convencerla de que no hay monstruos en el armario, y ella le hace creer que lo comprende, que ya es mayor, que si su padre le muestra que tras las puertas no hay cosas con dientes ni ventosas, dormirá tranquila por la noche, soñando esos sueños inocentes que los adultos creen que las niñas sueñan, y su padre la tapa y le da un beso, y ella espera un poco para levantarse y abrir de nuevo el armario, pues claro que hay monstruos, y debe alimentarlos, pues hambrientos podrían devorar a su padre, que no les ve.


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Espía por error

Quiso enviar sus fotografías por internet, para que se las imprimieran en forma de libro. Pero se equivocó de página web, y en vez de .es puso .com, así que cuando ya había entrado sus datos personales y enviado las fotos, descubrió que se había alistado a algún servicio de espionaje extranjero. Cuando vinieron a verle dos hombres con gafas oscuras, pidiéndole resultados e información relevante, les contó que todo era un estúpido error. No juegues con nosotros, le dijeron, volveremos mañana. Así que se pasó la noche inventando calumnias sobre sus vecinos, esperanzado en que al menos pagaran bien.

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Generador de cuentos

Un escritor muy gandul programó su ordenador para que escribiera cuentos de cien palabras al azar, sin tener que pensar por si mismo los argumentos. Éste fue el primer cuento que produjo automáticamente, y él se quedó estupefacto, pues relataba justamente su situación. Pensando que su generador de cuentos predecía el futuro, fue haciéndole crear historias y más historias, pero el resto fueron estúpidos relatos: amores y desamores de gente inventada, que ni siquiera tenían calidad para ser publicados. Y eso que aquí ya se le advertía de que no serviría, y de que debería volver a imaginar. ¡Qué tonto!

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Demonios en paro

Desde que el Papa declaró que el Infierno era sólo una metáfora, los demonios se quedaron sin trabajo entre calderas y tridentes. Pero como los diablos otra cosa tendrán, pero tontos no son, acabaron todos bien colocados, buscándose la vida en otras ocupaciones. A los que les iba la acción y el ejercicio físico se mezclaban entre los ladrones, o los soldados, o los asesinos a sueldo. Otros preferían jugar con las palabras para convertirlas en venenos, y se hacían locutores de radio, o se dedicaban a la política, o estafaban viejecitas, o se hacían pasar por curas o profetas.

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Peligros de la ciudad

Han abierto las calles de mi ciudad, y de las zanjas emergen tuberías rojas, como intestinos inflamados. Ha llovido, y el barro y la suciedad acaban de componer la imagen de una ciudad muriendo por sus heridas. Los ancianos lo saben, y caminan sin atreverse a mirar los enormes boquetes, las grietas, los cables enredados. Se oye rugir el subsuelo, pero nadie escucha. Hasta las ratas abandonan la ciudad, y los niños las persiguen con palos y piedras. Quienes pueden se encierran en casa; beben, y cantan, y repiten historias de otros días y otras ciudades, y esperan el final.

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(Ver más en: www.cienpalabras.blogspot.com)

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