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Fotografía por Liliana Isabel Hernández |
Aun cuando la poesía no obedece
siempre a los dictados de la razón, y tampoco se ajusta a nada programático, es
verdad que casi siempre llega a definirse en uno alrededor de ciertas ideas o emociones fundamentales. Para mí, la
poesía está ligada desde el comienzo de mi vida a la noción de extrañeza
absoluta ante el mundo, que para otros puede ser sólo asombro, perplejidad.
Desde esa noción la vida gira entonces hacia un estado de conciencia altamente
sensible que descubre, por igual, tanto la dimensión maravillosa y casi
fantástica de esa vida, como su polo opuesto, su lado oscuro y absurdo, su
vacío, su desesperanza. En esos territorios, tal vez sin proponérmelo
abiertamente, he visto nacer y crecer mis poemas durante los últimos cuarenta
años. Pero también, de alguna manera, todo ello se ha acompañado por la voz del
hombre que se ve vivir y luchar entre otros, como parte de un sueño mayor, una
realidad que va más allá del sí mismo, de los límites de un yo tan precario y
frágil. Reconocerme en esa fragilidad, esa precariedad, ha sido también para
mí, digamos, una especie de fortaleza. La poesía se convierte ahí en una manera
de estar, de permanecer, de asumir y comprender mejor lo que soy y lo que el
mundo es en mí.
***
Puedo decir que en lo particular soy un ser de
naturaleza más bien tranquila, calmada, sin llegar a calificarme como una
persona feliz o dichosa. Después de esa confrontación en lo hondo, desde esa
conciencia de irrealidad, de extrañeza, de absurdidad (la misma conciencia de
absurdo planteada por Camus y luego por Cioran, Bernhard, Pessoa, etc.) sólo
queda suicidarse o mantenerse de este lado. La poesía hace posible esta última
opción, y desde luego, nos obliga a habitar el mundo con los ojos abiertos. En
tal sentido es muy cierto lo dicho por René Char en alguna parte cuando afirma
que la poesía es la más alta y dolorosa lucidez y como tal, se constituye en
salvación o condena, según quiera uno interpretarlo. Por otra parte, ni soy
pesimista a ultranza ni optimista de nada. Prefiero aceptar “la dulce
melancolía” que propone Victor Hugo, como parte de mi existencia, capaz de
gozar sin exaltación de la belleza efímera de las cosas, aceptando sin grandes
gestos, con sobriedad, lo que el día ofrece, el privilegio azaroso de estar
presentes, de poder “sentir el viento pasar”, como decía Caeiro.
***
La literatura y, en esencia, la poesía, son
nuestras mejores armas contra el vacío, contra la angustia de sabernos
mortales, efímeros y aun definitivamente banales, inermes ante la realidad que
está sobre nosotros. La poesía no es sin embargo, un consuelo, un paño de
lágrimas como a veces se cree. Por el contrario, ella mantiene abierta esa
“herida fundamental” de la que hablaba Alejandra Pizarnik, aunque ella misma
pensaba que el poema podría reparar tales fisuras. Ese estado de emergencia del
ser, de crisis permanente, es lo que expresa para mí la poesía más honda, la
que me seduce y posee. El día que la ciencia, por ejemplo, logre “curar”,
aliviar todos los desasosiegos, todos los miedos, los dolores humanos, ese día
la poesía resultará más superflua que nunca, me atrevo a pensar. Sin el acicate
de lo incierto, la eterna insatisfacción, el desasosiego interior la vida se
convierte en un perfecto desierto, en un “paraíso de mermelada” insoportable
como escribió Estanislao Zuleta. No obstante, hay un momento en que el sueño de
la perfección se hace también posible y demasiado humano, pese a la conciencia
del fracaso anticipado, de lo terrible habitando todos los sueños humanos. El
ángel rilkeano está siempre presente y ante él nos postramos o contra él
luchamos siempre, según sea la fuerza o el deseo de nuestro corazón.
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Mi yo íntimo es tan ficticio o tan “real” para
mí, como mi yo lírico. El rimbaudiano “Yo es otro” creo que expresa esa
percepción, aunque después de Rimbaud, la despersonalización del lenguaje
poético se hizo más dramática que nunca. Él y Fernando Pessoa son para mí modelos de esa despersonalización que
multiplica, potencia ad infinitum las
posibilidades de una experiencia de totalidad, desde un lenguaje consciente tanto de sus límites como de sus
poderes, un lenguaje hiperestésico, pleno de tensiones, de resonancias
intertextuales aún vivas en muchos de los poemas actuales. En mi caso personal,
no creo mucho en el “carácter” explícito de mis visiones, de mis fantasmas, de
mis obsesiones. No hay una voluntad de definición, de concreción en ellas. Son
apenas quizá, máscaras, sombras, reflejos de eso que en el fondo, sueño o creo
ser. Aunque como ya he dicho, todo esto se acompaña con la voz que procede de
las cosas, los hechos, las manifestaciones cotidianas del mundo que vivo
concreta y llanamente también.
***
“Monodia”, un término prestado del lenguaje
musical con el que he titulado mi libro más reciente, expresaría esa voz
monocorde que anida en toda mi poética, una voz monologante que procede no solo
de mi entraña sino también de la entraña de la realidad, si así pudiéramos
decirlo. La voz a veces inaudible que llena nuestras horas más fútiles,
nuestros días más vacíos, nuestros silencios aparentes, esa voz desnuda,
obsesiva y desprovista de retórica que
en últimas acaba por vencer, como decía Antonio Porchia, incluso la propia
palabra, el propio decir. Quizá sea la voz misma de la poesía, esa monodia
reiterativa y avasallante que todos oímos al fondo de nosotros sin prestarle a
veces la atención que merece.
(Apartes de algunas respuestas de una entrevista concedida a Diana Menasche, poeta brasileña en diciembre de 2015)
"Reconocerme en esa fragilidad, esa precariedad, ha sido también para mí, digamos, una especie de fortaleza. La poesía se convierte ahí en una manera de estar, de permanecer, de asumir y comprender mejor lo que soy y lo que el mundo es en mí". Acabo de leer tu blog y lo he hecho con un gran placer estético, pero sobre todo emocional. Me identifico completamente con tu idea de la poesía, sobre todo con esa argumentación en la que soslayas que la poesía no tiene porque salvar, y que de ser así perdería su esencia. Una grata e interesante lectura, espero leer Monodia. Con afecto y admiración, Berta Lucía Estrada
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Berta Lucía, un honor grande tenerte de visita aquí. Abrazos y todo mi afecto siempre.
EliminarEres un poeta que con humildad y con elementos de autores como Rimbaud, Rilke ,Pessoa , Alejandra Pizarnik y otros mas navegas por tu silencio compenetrado en Manodia donde afloras tus tormentas desahogándote; pienso que has hecho una catarsis muy profunda sobre tu texto y tu camino por éste mundo que para muchos nos parece real pero que a la larga es es montón de cosas que nos mueven y nos crea mermeladas...felicitaciones Pedro Arturo por adentrarse y compartirnos .....vale la pena que uno que está en éste proceso también lo haga
ResponderEliminarQué bello lo que dices, muchas gracias Luz Elena, y te abrazo desde esa incertidumbre inspiradora también.
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