Cuatro relatos cortos

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CIUDAD SIN MEMORIA


Homenaje a Italo Calvino

Uno deambula solo por las calles del sueño. Extrañamente el corazón se detiene en un recuerdo que, a su vez, se sobrepone a otro, hasta sentir que se camina sobre la memoria de muchos más. De pronto, uno llega a Med Yin. Se interna por sus laberintos, sus espirales de sol y sombra que ascienden al más alto punto del éxtasis o descienden al fondo del terror no ya afuera sino adentro del propio corazón. El viajero no percibe ya rostros sino voces; vagas atmósferas en vez de lugares; de lo que fueron vivas palabras, ecos melancólicos retornando a la soledad. Allí, un espejo evoca la infancia perdida; el retrato de la abuela, las flores de un balcón soleado frente a la plaza desaparecida; una pared desconchada, la casa familiar sobre cuyo suelo se levanta ahora un edificio. Tantas desapariciones advierten que la vida es hoy una vasta extensión de olvidos y destrucciones. Que está vedado penetrar aquellos recintos, llorar bajo los árboles, sentarse a leer en los parques.

A lo lejos se entreven las máscaras de los nuevos demonios triunfantes: la gran valla que anuncia el hipermercado; las pantallas luminiscentes que instalaron sobre la gran avenida en las cuales el transeúnte puede enterarse de la temperatura y del número exacto de fallecidos de cada día; el banco, el estadio, las casas de masajes, los centros de la moda. El corazón transita de regreso a su nada, expulsado del ámbito de esta ciudad impune a la que creyó reconocer un poco —ya otra–, o apenas fantasma de un tiempo sepultado definitivamente.

¿Quién puede reconocer realmente el territorio de lo vivido, extraviado viajante bajo los muros de una Med Yin varada en su propia desmemoria?

Uno recobra los pasos. Trata en vano de descifrar otra ruta bajo las nubes.

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TAMBIÉN LOS ENANOS EMPEZARON POR ABAJO


Homenaje a W. Herzog, cineasta


Éramos los dueños absolutos de la fiesta. Pero también del horror, la demencia febril que derribaba los grandes cortinajes, echaba abajo las lámparas e incendiaba finalmente el salón del banquete. Era la risa escalando los muros, saltando frenética hacia la noche misma. Nadie pudo detener la marea rabiosa que ascendió y tomó posesión de territorios antes prohibidos. Ah, qué grandes nos sentimos, qué fuertes en mitad de los escombros y el caos. Reyes de la tiniebla, creimos encontrar al fin la libertad que tanto soñábamos.

Pero al día siguiente el mundo recuperó su tamaño. Nuestro alboroto apenas sí había desvelado a los vecinos.

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RETRATO DEL ARTISTA


A veces, en las noches frías, de su cuarto emana una lóbrega luz verdosa. Parece que hablara con el ángel, pero no, hay que aguzar los ojos, porque es él mismo desnudándose y dejando al descubierto el alma hecha jirones, el puro hueso espiritual que asusta…


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PERPETUO EXTRAÑO


Al salir de su casa esa mañana, el mundo parecía haber dejado de ser lo que hasta el día anterior recordaba. Las calles de la ciudad tenían un aspecto sospechosamente moderno cuando antes, incluso, lucían bastante viejas y sosas. ¿Había estado dormido mucho tiempo? No atinaba a explicárselo. Sin embargo, decidió continuar como si todo fuera normal. No podía detenerse. A lo mejor, en cualquier instante iba a entender; tal vez la mente le estaba jugando una mala pasada. Decidió que iba a esperar sin angustiarse, sin dar muestras de extrañeza ante nadie, ese momento en que de pronto todo se aclararía.

Pero nadie al parecer lo notó. Era gente que lo trataba siempre con una vieja familiaridad que aunque le era rara, fingía muy bien corresponder. Incluso llegó a casarse, a tener hijos y hasta amigos mientras seguía esperando a lo largo de muchos años ese instante liberador de iluminación que nunca llegó.

Murió de viejo sintiéndose siempre un perpetuo extraño, en un mundo que nunca reconoció realmente suyo.

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(Del libro inédito Des/historias, 2004)