miércoles, 18 de agosto de 2010

Música de cámara / Poemas / James Joyce



I

Cuerdas en la tierra y en el aire
dulce música hacen;
cuerdas al lado del río
donde están los sauces.

Música hay a lo largo del río
para que el amor por allí vague;
claras flores en su manto,
oscuras hojas en el pelo.

Todo suavemente tañendo,
con la cabeza a la música
inclinada y errantes
los dedos por el instrumento.

II

De amatista el ocaso se vuelve
azul profundo y más profundo,
de un pálido resplandor verdoso
el farol colma los árboles del paseo.

En el viejo piano tocan una serena
melodía lenta y alegre; y ella se inclina
sobre las amarillas claves,
la cabeza ladeada a tal sendero.

Esquivos pensamientos y grandes,
serios ojos y manos escuchando vagan.
Con claridad de amatista hacia
un azul más profundo se vuelve el ocaso.

III

A la hora en que todas las cosas reposan,
oh, solitario vigilante del cielo,
¿oyes el viento nocturno y el suspiro
de las arpas que tocan al amor descorriendo
las pálidas cancelas del amanecer?
Cuando todas las cosas reposan,
¿sólo tú te despiertas para oír tocar
las dulces arpas de amor en su sendero,
y cómo el viento nocturno le contesta
cual antífona hasta que la noche se marcha?

Tocad arpas invisibles, al Amor
cuya senda brilla en el cielo,
en esa hora cuando suaves luces van y vienen,
grata, dulce, música en el aire
arriba, y en la tierra abajo.

IV

Cuando la tímida estrella avanza
por el cielo, virginal, afligida,
escucha tú entre el soñoliento ocaso
a quien canta junto a tu cancela.
Más suave que el rocío es la canción
de quien viene a visitarte.

No te inclines más, arrobada,
cuando al Anochecer él te llame,
ni medite: ¿quién puede ser el cantor
cuya copla cae sobre mi corazón?
Por el cantar del amante reconoce
que soy yo tu visitante.

V

Recostada en la ventana
cabellera dorada,
te escuché cantando
una alegre copla.

El libro está cerrado,
no lo leo más
mirando cómo el fuego
baila en el suelo.

Dejé el libro
dejé mi cuarto:
que te escuché cantando
en la oscuridad,

cantando y cantando
una alegre copla.
Recostada en la ventana,
dorada cabellera.

VI

Me gustaría estar en aquel dulce pecho,
(tan dulce y tan claro)
donde ningún rudo viento me visitaría.
Por culpa de triste severidad,
me gustaría estar en aquel dulce pecho.

Siempre estaría en aquel corazón,
(dulcemente le llamo y dulcemente le ruego)
Donde sólo paz sería mi compañera.
Y aunque más dulce fuera la severidad
siempre estuviera en aquel corazón.

VII

Mi amor entre los manzanos
vestido esta ligeramente,
donde los joviales aires
más quieren correr acompañados.

Allí, por donde los vientos joviales
se quedan cortejando a las nuevas hojas
que pasan, mi amor va lentamente,
inclinándose a su sombra en la yerba.

Y por donde el cielo es copa
de claro azul sobre riente tierra,
mi amor va ligeramente, sosteniéndose
el vestido con delicada mano.

VIII

¿Quién va por el verde bosque
mientras la adorna la primavera?
¿Quién por el alegre bosque verde
va haciéndole más alegre?

¿Quién pasa a la luz del sol
por sendas que conocen el leve paso?
¿Quién pasa a la dulce luz del sol
con semblante tan virginal?

Los caminos de todo el bosque
fulguran con dorada y suave llama.
¿Para quién todo el soleado bosque
lleva tan airoso atuendo?

Es por mi sincero amor
que los bosques visten rico ropaje.
Es por mi muy sincero amor,
que es tan joven y claro.

IX

Vientos de mayo que en el mar danzáis,
gozosa ronda bailando
de surco en surco, mientras encima
la espuma vuela a enguinaldarse
en arcos plateados cruzando los aires,
¿vísteis mi amor en algún sitio?
¡Ay de mí! ¡Ay de mí!
Vientos de mayo,
infeliz el amor es, cuando lejos el amor está.

X

Brillante gorra y gallardete,
en la cañada él canta:
acompañadme, acompañadme,
todos los que amáis.
Dejad los sueños a quienes sueñan
y nada más desean,
a nada mueven
esa canción y risa.

Con cintas ondeando
más atrevidamente canta;
zumban en tropel agrestes
abejas en su hombro.
Y a la hora de soñar
los sueños se acaban.
Como amante a amante,
hacia ti voy amada.

XI

Despídete, despídete, despídete,
Despídete de tus días de niña.
Alegre amor viene a requebrarte
y a instar tus costumbres de niña,
el cinturón que te vuelve hermosa,
la redecilla sobre el rubio pelo.

Cuando oigas su nombre
entre las trompetas del querubín,
sin ruido comienza a desceñirte
el pecho de niña para él,
y sin ruido quítate la redecilla,
que es el signo de la doncellez.

***

Traducción,
José María Martín Triana - Edición de Visor, España

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James Augustine Aloysius Joyce (Dublín, 2 de febrero de 1882 – Zúrich, 13 de enero de 1941) Escritor irlandés, reconocido mundialmente como uno de los más importantes e influyentes del siglo XX. Joyce es aclamado por su obra maestra, Ulises (1922), y por su controvertida novela posterior, Finnegans Wake (1939). Igualmente ha sido muy valorada la serie de historias breves titulada Dublineses (1914), así como su novela semiautobiográfica Retrato del artista adolescente (1916). Joyce es representante destacado de la corriente literaria denominada modernismo anglosajón, junto a autores como T. S. Eliot, Samuel Beckett, Ezra Pound o Wallace Stevens. (Wikipedia). Como poeta nos dejó bellos versos, en una línea personal más clásica que vanguardista, tal como podemos apreciar.

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