El
libro Poemas de Otra/parte, de Pedro Arturo Estrada, es un viaje por las raídas
estepas y helados abismos de la actualidad. Viaje en poesía y en verdad, una
verdad no temerosa del dolor ni de la vergüenza, una poesía que marca los hitos
del territorio, como corresponde a toda palabra en el nombrar. Por duro que
parezca el viaje, Pedro Arturo lo realiza detenidamente, ahí están las calles,
la casa, el sol, la esquina, los parques, los centros comerciales, los espejos,
los árboles, la memoria, los nombres, los abismos.
En
ese territorio terrible y oscuro, pero habitado al menos en deseo, la
dispersión de los objetos y de las gentes no hace más que corroborar que la
tierra no existe por sí misma, sino por lo que hacemos de ella. De la palabra empujar
no puede surgir sino un caído. Y de la palabra sueño la respiración. Pero
debemos poner atención. Las fronteras se confunden si nos dejamos llevar por el
río, tranquilos y apoyados en lo que nos ofrece.
Donde se dice todo hay nada, donde se silba una música, se está dictando
sentencia. Geografía de los destierros, entonces. Como si el poeta hubiera
corrido el velo de lo que no queríamos decir, pero sabíamos, así aparece
desnuda, vibrante, exaltada intencionalmente la miseria donde intentamos
desenvolver nuestro lenguaje, anhelante de riquezas.
Homenaje
a Fernando González, a Aurelio Arturo y a otros caídos en el transcurrir de la
historia. Pues la palabra de Pedro Arturo nos adentra en un paisaje modificado
por la desventura, no es posible volver al Sur (por bello que haya sido) sin
conciencia:
Al Sur
Siempre al sur
hay mucho sur aún,
hasta el otro
lado tal vez, repitiéndose,
abriéndose,
multiplicándose en nuevas serranías,
llanuras y
desiertos de increíble extensión y monotonía,
desdoblándose
hacia la nada en series que ya no importan,
pobladas por el
silencio donde el grito jamás acaba de llegar,
y la fiebre hace
saltar los goznes de la noche,
lejos de la
mañana, sobre la carretera sin fin
trazada en el
vacío, como la vida agotando su sentido
tras los ojos
fantasmas y el mundo
-que no queda
nunca al sur.
De
esos territorios en permanente olvido son habitantes los asesinos y los
asesinados, los que cantan y los que callan, la rosa, el sol, la lluvia, el
rostro contemplado en el amor. Sin grandes diferencias jerárquicas en el poema,
pues todos prestan lo que pueden a la Danza
macabra, esta sí preponderante, suelo común, música interminable.
Todas las lluvias
Son esta misma
lluvia
todas las lluvias
caídas sobre la vieja ciudad
interminablemente.
El agua del
principio, el agua del fin,
la lluvia que
escribió sobre sus calles
El libro
inacabable de todos y ninguno.
La lluvia que
retrasó desde entonces
el tiempo
verdadero.
Ya
no advertencia, la Danza Macabra que desde la Edad Media anunciaba el fin de
todos los placeres y diferencias para romper su vanidad, en el libro de Pedro
Arturo Estrada está para avivar –fuego en el fuego- la recreación absurda de
vivir en la muerte, la denuncia de que no hay otra danza, porque la vida, o el
tiempo de la vida, es apenas un instante de iluminación en medio de la
destrucción. Dulce Catrina de todos los tiempos, que ha resuelto coger la
fiesta por su cuenta y sin respiro apenas nos sacude y lleva de un lado para
otro. Y nosotros, los vivientes muertos, o los muertos vivientes, apenas
alcanzamos a ver, nunca a tocar:
Suma del tiempo
Se afianzó la
osamenta,
Se engastaron los
ojos en la piedra.
Se desbordó la
fiebre, se excavó en el silencio
-sangre al fondo-
tras el esquivo metal
De una palabra.
Agua y viento
pasaron por aquí,
Risa y miedo.
La vida se
extravió.
Pero el tiempo sí
estuvo,
-todo el tiempo.
Debemos
o deberemos aceptar que es la Muerte quien nos ve, y no la Vida. Y aunque
parezca tan molesto –hasta nos incordia con lo que esperamos dice un comentario
de William Valencia en la contraportada del libro- es preciso decir que la
palabra del poeta ni siquiera llora en duelo, aunque él llore, y se duela, sino
que desafía en pura fiereza animal. Es ahí, en la Danza, donde debemos morder,
y alcanzar un instante de luz, un poema, un árbol, el cuerpo del otro. Es por
eso que, a pesar de decir silencio, y tantos silencios que dice, leemos cada
vez que los nombra una gran tensión. Como si en cada uno de sus lugares
fuéramos llamados a algo. Como si al decir silencio se abriera un hoyo negro,
que reclama lo suyo aunque no sepamos bien qué es lo suyo. Lo único seguro es
que no se trata de un tranquilo remanso. Recordemos. No estamos viendo el
tiempo. Es el tiempo el que nos ve.
*
Pedro Arturo Estrada. Poemas de
Otra/parte. Cuadernos Negros Editorial. Calarcá, Quindío. 2012. 78 páginas.
Edición digital del libro:
http://snack.to/fdnlom3p
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