lunes, 23 de febrero de 2015

Monodia




Ahora que tu cuerpo se dispone a cruzar la frontera más solitaria, dime,
 ¿a qué grito, a qué palabra te aferras?
Lucía Estrada



1

Aferrarse no tanto

a ninguna palabra


porque todas caen 

-heridas de tiempo o de hastío-

contigo, con todo


agarradas al aire, hojas del otoño

sobre la calle


A grito alguno, a nada

porque tampoco alcanza

y es denso el clima de la noche

como para andar gritando

a esta hora


A nadie porque apuran

el paso desde atrás

tantas sombras


y al lado sólo susurra

tu nombre


el vacío


2


Quizá al silencio ganado al fin

a fuerza de renuncias, de atarse firmemente a los huesos,

como a un último dique ante la muerte


Reconocer en la luz prenuclear

el pulso de la tiniebla todavía vivo,

el pálpito secreto que aguzó tus miradas de niño

y abrió puertas al otro lado de la noche

que aún permanecen esperando


Merecer esta nieve tardía en la cabeza,

esta fiebre infantil de la edad


Esta vuelta al origen que es de nuevo

la forma más digna de irte.


3

Aprendiste tarde el sabor de una lengua,

el sonido real de las cosas


Ajustar los pasos y el peso del cuerpo

a otra luz, otros ritmos asumiendo un vigor que nunca creíste posible,

un entusiasmo extraño, una febrilidad nacida entre la gente

que cruza por Manhattan arrobada en sus propias gestos,

enajenada o ebria


Como quien advierte su vieja desnudez por vez primera

Y acepta después de todo un traje prestado

4

Entonces de dónde

el creciente murmullo, la paralela voz que asciende

por tus tripas hasta inundarte el cráneo


Ecos de preguntas que nunca respondiste

y vuelven en mitad de la nada


Acaso es preferible no indagar o esperar

lo que al cabo podría ser sólo resonancia

del hueco original que moduló tu nombre


5

Hubo, recuerdas, un lugar para ti,

una casa, una orilla de amor bajo la estrella,

ojos que te esperaron en mitad de la noche


-Y después el vacío te desbordó y huiste


Estar del otro lado fue tu sola ganancia

con tu cara de nadie perfectamente puesta

con tus manos inútiles

tu boca enmudecida


Tu cabeza avanzando no obstante entre la bruma,

obstinada, apurando el aliento


como si aún tuvieras tiempo

como si aún tuvieras mundo

para esperar, para alcanzar


Demorando la hora de saber

Aplazando el instante

de soltar


de abandonar el cuerpo

a la orilla del día

o de la noche.


6

Alguien más en las ciudades que conociste

repetirá tus pasos, mirará de nuevo por encima de los árboles

confiado el amanecer


y sin saberlo exultará en su sangre

lo que tú no entendiste para seguir y resistir


Pero has dicho ya todo

cuanto no era necesario


Fue de lo que se te quedó incrustado

entre pecho y espalda


de lo que debiste haber escrito

de lo que debiste haber hablado


No pudiste

No supiste

No alcanzaste a comprender a tiempo


Y ahora que lo intentas

se deshacen en moho las palabras

agarradas al aire


Cayendo contigo, con todo,

hojas del otoño

sobre la calle.

***

(Nueva York, 2014)

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