domingo, 8 de marzo de 2009

Poema

17


Después no hay más que el suave balbuceo
mientras tomas tu café negro.
Hacer la tarea,
escuchar y callar,
no agregar nada,
no concluir nada.

Hay un momento de cruce,
un tranquilo y frágil instante de vencimiento íntimo.
Admisión de lo otro.
Dimisión serena del yo
bajo el sol frío de noviembre.

Hay una ocultación,
un apagamiento dulce
que te salva (o te pierde)

—al fin.


18


Mañana, siempre mañana
la vida a que tenemos derecho pero que inexplicable
se nos fue aplazando mientras atendíamos
la pequeña rutina de ser eso que respira y come,
eso que pelea con la mugre y la desidia.

Esperar siempre
a que en el próximo golpe de pala
el sonido seco del arcón enterrado
revele por fin el tesoro.

Como si lo imposible fuera
entonces

la única esperanza.


19


Todo el tiempo del mundo
¿para quién?
Nadie en sí lo tuvo.
A todos devoró a su turno.

Todo el tiempo del mundo
sólo destinado,
ofrenda final
a un dios o al vacío
sagrado de un dios
a quien de nada sirve.

Todo el tiempo del mundo
únicamente hermoso,
a cada instante más urgente
y precioso sólo para ti,
oh insaciable,
avariciosa

Señora de la sombra.


(Apartes del poema Locus Solus)

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