lunes, 20 de abril de 2009

Poema



Memoria de una Ciudad

Así voy por la ciudad/ mujer / rencorosamente poseída
(José Manuel Arango)


1

Te nombro para saber de mí en ti. Saboreo
el ácido de tu voz, palabra que sube temprano hasta el labio
y luego se deshace —ceniza o sal en la herida del hastío.
Llevo en los pasos tu condena buscándote,
buscándome en el reflejo de una vidriera
para sentirme real,
para sentirme menos espejismo.
Te camino en círculos y encuentro al final de la noche
la señal excrementicia de tus ángeles caídos.

2

Termino siempre volviendo sobre tus soledades,
tus silencios, cayendo en el vértigo en el cual
te levantaron hombres que ya lo habían apostado todo
a la locura. La lenta costumbre de tu abrazo,
tu atmósfera cerrada, acabó haciéndote invisible.
Fuiste la sed y no el agua, el ansia y no el deseo,
la desnudez estúpida de la muerte
mientras la vida quedaba en otra parte.

3

No obstante en ninguna otra encontré
la dirección y el norte de mi nada. La ilusión de existir.
Acaso ni tu aire broncíneo, tus colores chillones,
tus parques inventados por la fiebre del día,
tu cara de muchacha pueblerina detrás de los espejos
ni el secreto que llevan en sus trapos tus mendigos,
o la inocente lluvia sin edad con que cierras tus tardes perdidas
pueden ser la causa del odio o el amor que provocas.
Es el dudoso síndrome del reo que de pronto
renuncia una mañana al deseo de huir.

4

Tal vez no cabes más en ninguna palabra,
y nombrarte sólo sea como llamar en sueños
una mujer perdida.
Un agua muerta te permea, corre pútrida
bajo tu cuerpo como el deseo que no encontró salidas,
como la juventud, el sueño, el sudor y la lágrima
caídos en tus calles de nadie.

Al final qué te importa la baba reluciente de los moribundos,
las moscas que disputan su memoria.
Qué las infancias, los asombros del tiempo
que ya no se abre puro ante los ojos del cansancio.
Qué las músicas que sostenían el mundo,
el corazón nocturno de tus hombres cantando.


5

Cómo no saber entonces que llegarán otros y,
a la orilla de tu noche, traerán las señales
verdaderas del fuego del futuro.
¿Quién contemplará tu nuevo nacimiento?

Dioses minerales esplenderán sobre tus piedras
derribadas, y en tus muertos rincones reencontrarán
el oro extraviado de la luz que ahora te abandona.
El bosque abrazará tu muerte, tu desierto de vidrio
reventado, tu pecho de latón retorcido
entre ansiosos dedos vegetales.
Todo se cantará a sí mismo en tu espacio sin ojos,
sin oídos. Los astros descorrerán su humo,
un viento suave el aliento del hombre.

6

Escribo quizá para que ya no estés, esta última palabra.
Palabra que me aparta de ti y me hace nuevamente espejismo.
Palabra que te borra, palabra que te abandona,
palabra que ya no eres tú
—ni yo.

(Del libro Oscura Edad y otros poemas)

***

No hay comentarios:

Publicar un comentario