sábado, 16 de abril de 2011

Los libros en mi vida / Ensayo (Fragmento) / Henry Miller /



"El libro vive a través de la apasionada recomendación de un lector a otro (...) sostengo que el hombre siempre se empeñará en compartir sus más profundas experiencias. (...) Los libros deben mantenerse en constante circulación como el dinero. ¡Prestad y tomad prestado ambas cosas: libros y dinero! (...) ¡Leed lo menos posible, no todo lo posible! (...) Sé ahora que ni siquiera me hacía falta leer la décima parte de lo que he leído. Nada hay más difícil en la vida que aprender a no hacer otra cosa que lo estrictamente ventajoso para el propio bienestar, lo estrictamente vital. Existe un excelente método para poner a prueba este valioso consejo que no he dado precipitadamente. Cuando encontramos un libro que nos agradaría leer o que creemos que nos convendría leer, dejémoslo sin tocarlo por unos días, pero pensemos en él con la máxima intensidad posible. Dejemos que el título y el nombre del autor nos den vueltas en la mente. Pensemos en lo que nosotros mismos habríamos escrito si hubiéramos tenido la oportunidad de hacerlo.

Preguntémonos sinceramente si hubiese sido absolutamente necesario agregar esta obra a nuestro cúmulo de conocimientos o a nuestra capacidad de entretenimiento. Tratemos de imaginar lo que significaría anticipar este placer o instrucción adicionales. Entonces, si hallamos que debemos leer el libro, observemos con qué extraordinaria penetración emprendemos su lectura. Observemos también que, por estimulante que pueda ser, muy poco hay en el libro que sea realmente nuevo para nosotros. Si somos honestos con nosotros mismos, descubriremos que nuestra estatura ha aumentado por el mero esfuerzo de haber resistido nuestros impulsos. (...) Cendrars mismo (...) es un lector prodigioso. Lee la mayoría de los autores en su lengua original. No sólo eso, sino que cuando le agrada un autor, lee hasta el último libro que haya escrito ese hombre, como también sus cartas y todos los libros que se hayan escrito sobre él. En nuestros tiempos su caso casi no tiene parangón, creo, porque no solamente ha leído amplia y profundamente, sino que él mismo ha escrito muchos libros. Todos como si fuera de paso. Porque, si es algo, Cendrars es hombre de acción, aventurero y explorador, un hombre que sabe cómo “desperdiciar” su tiempo como un rey. En cierto sentido es el Julio César de la literatura. (...) En la lectura infantil hay un factor importante que tendemos a olvidar: el ambiente físico de la acción. Con cuánta nitidez, después de muchos años, recordamos el tacto de un libro favorito, su tipografía, su encuadernación, sus ilustraciones y así sucesivamente. Con cuánta facilidad localizamos el momento y lugar de la primera lectura. Asociamos algunos libros con las enfermedades, otros con el mal tiempo, algunos con el castigo y otros con la gratificación. En el recuerdo de estos acontecimientos los mundos interior y exterior se fusionan. Estas lecturas son “acontecimientos” bien definidos en la vida de uno. (...) Soy uno de los que tienen poca memoria en ciertos aspectos y mucha en otros. En suma, justo el tipo de memoria que me es útil. Cuando realmente quiero recordar algo, lo recuerdo, aunque me insuma considerable tiempo y esfuerzos. Sé tranquilamente que nada se pierde, pero también sé que es importante cultivar el “olvido”. El sabor, el gusto, el aroma, el ambiente, como también el valor o la falta de valor de una cosa, jamás los olvido. La única memoria que quisiera preservar es la del tipo proustiano. Con saber que existe esta memoria infalible, total y exacta me basta. (...) Soy uno de los lectores que de vez en cuando copian extensos pasajes de los libros que leen. (...) Los he copiado en extensas cartas y los he colocado a lo alto de mi puerta para que, al marcharse, mis amigos los leyesen inevitablemente. Algunas personas sienten compulsiones opuestas: mantener en secreto estas preciosas revelaciones. Mi debilidad es gritar desde lo alto de los tejados siempre que creo haber descubierto algo de vital importancia. Al terminar de leer un libro maravilloso, por ejemplo, casi siempre me siento a escribir cartas a mis amigos, a veces, al autor y en ocasiones al editor. La experiencia se convierte en parte de mi conversación diaria, penetra en los alimentos y en las bebidas mismas que consumo. He dicho que esto era una debilidad. Puede que no lo sea. (...) Y si bien a primera vista la lectura podrá no parecer un acto de creación, en un sentido profundo lo es. Sin el lector entusiasta, que en realidad es el equivalente del autor y muchas veces su más secreto rival, el libro moriría. El hombre que propaga la buena palabra, no solamente aumenta la vida del libro en cuestión sino también el acto de la creación misma. (...) Sostiene el espíritu creador en todas partes. (...)

Porque el buen lector, así como el buen autor, sabe que todo surge de la misma fuente. Sabe que no podría participar en la experiencia privada del autor si no estuviese compuesto de la misma sustancia. Y cuando digo autor significo Autor. El escritor es, por supuesto, el mejor de todos los lectores porque al escribir o “crear”, como se dice, no hace otra cosa que leer y transcribir el gran mensaje de la creación que el Creador, en su bondad, ha puesto de manifiesto en él. (...)

Muchos de los libros con los cuales se vive en la propia mente, son libros que nunca se han leído. A veces estos adquieren asombrosa importancia. Hay por lo menos tres categorías de este orden. La primera comprende los libros que uno tiene toda la intención de leer algún día, pero que con toda probabilidad nunca llegará a leer; la segunda comprende los libros que uno cree que debiera haber leído y de los cuales por lo menos leerá algunos antes de morir; la tercera comprende los libros de los cuales uno oye hablar, comentar o leer, pero que se tiene casi la certeza de que nunca se llegará a leer porque al parecer nada será capaz de derribar la muralla de prejuicios erigida contra ellos.

En la primera categoría están todas esas obras monumentales, en su mayoría clásicos, que por lo general nos avergüenza admitir que nunca hemos leído: en ocasiones uno toma algún volumen, sólo para dejarlo de lado, convencido la mayoría de las veces de que todavía son ilegibles. (...) El hombre debe comenzar con sus propios tiempos. Debe familiarizarse ante todo con el mundo en que vive y participa. No debe temer leer ni demasiado ni demasiado poco. Debe recibir su lectura como recibe sus alimentos o sus ejercicios. El buen lector gravitará hacia los libros buenos. Descubrirá por su s contemporáneos lo que sea inspirador o fecundo, o simplemente agradable, en la literatura del pasado. Deberá tener el placer de hacer esos descubrimientos por su propia cuenta y a su manera. Lo que tiene valor, encanto, belleza y sabiduría, no puede perderse ni olvidarse. (...) Los libros que el hombre lee son determinados por lo que el hombre es. (...) Cuanto más escribo, más comprendo lo que otros tratan de decirme en sus libros. Cuanto Más escribo, más tolerante soy con respecto a mis colegas escritores. (No incluyo a los “malos” escritores, porque con ellos me niego a tener ningún trato). Pero con los que son sinceros, con los que luchan honestamente por expresarse, soy mucho más blando y comprensivo que en la época en que todavía no había escrito libros.(...) Una y otra vez uno deja leído un libro y uno se queda mudo. A veces es porque el autor parece “haberle dicho todo”. Pero no pienso en este tipo de reacción. Pienso que esta cuestión de quedarse mudo corresponde a algo más profundo. Desde el silencio las palabras brotan; hacia el silencio las palabras retornan, se las utiliza debidamente. Interiormente, algo inexplicable tiene lugar: un hombre muerto, digamos, resucita, toma posesión de nosotros y al marcharse nos deja completamente alterados. Hizo esto mediante signos y símbolos. ¿Esto que poseyó – o que quizás todavía posee – no es magia? (...) Aunque no lo supiéramos, poseemos realmente las llaves del paraíso. Hablamos mucho de comprensión y comunicación, no solamente con nuestros semejantes, sino también con los muertos, con los no nacidos, con los que moran en otros dominios, en otros universos. Creemos que poderosos secretos no han sido revelados todavía y esperamos que la ciencia o, de lo contrario, la religión, nos indiquen el camino. Para el futuro distante soñamos con una vida totalmente distinta de la que conocemos ahora; nos investimos de poderes que no podemos manejar. Sin embargo, los escritores de libros no solamente han dado muestras siempre de poseer poderes mágicos, sino también de la existencia de universos que infringen e invaden nuestro propio y pequeño universo y nos son tan familiares como si los hubiéramos visitado personalmente. Estos hombres no tuvieron maestros “ocultos” que los iniciaran. Surgieron de padres similares a los nuestros, fueron productos de ambientes semejantes a los nuestros. ¿Por qué se yerguen aparte, entonces? No es el ejercicio de la imaginación, porque hombres de otros ámbitos de la vida han desplegado facultades de imaginación igualmente grandes. No es el dominio de una técnica, porque otros artistas practican técnicas igualmente difíciles. No, para mí el hecho cardinal sobre el escritor es su capacidad para “explotar” el vasto silencio que nos envuelve a todos nosotros. De todos los artistas, es el que mejor conoce que “al principio estaba el Mundo y el Mundo estaba con Dios y el Mundo era Dios”. Ha captado el espíritu que informa a toda la creación y lo ha expresado en signos y símbolos. Pretendiendo comunicarse con sus semejantes, sin quererlo nos ha enseñado a comulgar con el Creador. Utilizando el lenguaje como instrumento, demuestra que no es en absoluto lenguaje, sino oración. Un tipo muy especial de oración, además, porque nada se demanda en ella al Creador. “¡Bendito seas, oh Señor!” Así se desarrolla, no importa cuál sea el tema, no importa cuál sea el idioma. “¡Permite que me agote, oh Señor, cantando mis loas a Ti!” (...)

El último consejo que daría en esta tierra en esta tierra es que alguien aprenda a leer. Si por mí fuese, primero me ocuparía de que un muchacho aprenda carpintería, albañilería, jardinería, caza o pesca. Primero las cosas prácticas; después los lujos. Y los libros son lujos. Espero, por supuesto, que el niño normal baile y cante desde la infancia y que practique algunos juegos. Yo fomentaría esas tendencias con todas mis energías. Pero la lectura de libros puede esperar. (....)

Parece extravagante decirlo, lo sé, pero creo que solamente los grandes intérpretes de la literatura pueden rivalizar con el muchacho callejero cuando de extraer el sabor y la esencia de un libro se trata. En mi humilde opinión, el muchacho está más cerca de la comprensión de Jesús que el sacerdote, mucho más cerca de Platón, en sus opiniones sobre el gobierno, que las figuras políticas de este mundo.”

***

(Extractado de El ojo cosmológico, ensayos)

Henry Miller - Novelista y ensayista estadinense, nacido en (Nueva York, 26 de diciembre de 1891 y fallecido en Los Ángeles, California, 7 de junio de 1980. Su obra se compone de novelas semiautobiográficas como Trópico de Cáncer, Trópico de Capricornio, Primavera negra, Sexus, Plexus y Big Sur, en las que el tono crudo, sensual y sin tapujos suscitó una serie de controversias en el seno de un Estados Unidos puritano que Miller quiso estigmatizar denunciando la hipocresía moral de la sociedad norteamericana, criticando de paso el devenir de la existencia humana, desnudando su cinismo y múltiples contradicciones. Censurado por su estilo y contenido provocativo y rebelde en relación con la creación literaria de su época, sus obras influyeron notablemente en la llamada Generación Beat.

No hay comentarios:

Publicar un comentario