viernes, 27 de marzo de 2009

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*Bibiana Ramírez



Pequeña epístola para J. y para los amigos de J. y también para M.

Las cartas, después de llevar varios años escribiéndolas, se han convertido en casi la única liberación del espíritu, en las pocas maneras de desnudar el alma y de entregarla a mis amigos tal cual es. Claro, hay algunas que no dicen tanto como otras, que no están escritas con la misma energía que otras, tanto que el destinatario no es capaz de dar respuesta, ni yo la espero…
Tampoco espero respuesta tuya J., además es la primera vez que te escribo algo.
Los años que llevo paseando por G, recorriendo esas calles que ustedes caminan a diario, esas mismas que fueron cómplices de sus aventuras, de sus ideas, de sus vinos y sus hierbas, ahora las reconozco propias y los veo divagando, con sus cuerpos flacos, cabellos largos y palabras saliendo y entrando en todas las esquinas, las veo entrar por cada uno de mis poros y también salir, ir y venir, chocar con las paredes y con la ebriedad. Es una especie de catarsis que me hace olvidar de ese mundo en la ciudad, de esas gentes que caminan por ahí mirando para el suelo, chocando unos con otros y sin cortejar ningún rostro, envueltos en un círculo cerrado donde tampoco te dan la posibilidad de mirarlos y si lo haces te temen, piensan que sos un ladrón.
G y todos ustedes son como esa puerta de entrada al paraíso, a pesar de ser un lugar igual a otro, tal vez más terrible que otros, pero es aquí donde uno dice que el lugar no es tan importante como la compañía, no importa si estás en un parque, en una manga, o en alguna extravía, lo hace importante esos seres que se te metieron en el alma y que andan navegando en tus entrañas, que los recuerdas en todas partes.
J., y todos los demás, son de esos personajes de los que nada se puede esperar, porque lo tienen todo, lo son todo.

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