miércoles, 25 de marzo de 2009

Dos textos / Mila Barcia

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BORDE

De repente el lado izquierdo se desprendió, entre cada esquina de antiguos movimientos se encontró la astucia encaminada a las fatales vísperas. De relleno parecía descubrirse el corto pero momentáneo cráter. Las distancias que no se lograban conjurar en estas pertinencias de absolutos recuerdos, le demostraron las mallas que tiene el tiempo para deslizarse por entre cada hendidura. La tarde se dibujaba con calma y ella inquieta por el despertar de la fisura cotidiana, volvió a reanudar los pensamientos de días pasados. Aquellos que había tenido que ocultar antes todas las miradas y sólo sería posible trasmitir a través de una suave sonrisa, que demostraba el todo de la fatalidad diluida por el tono su piel.

Al amanecer del sábado, ella, cuyo nombre recordaba el ser no nombrado y acaecido por fuerzas extranjeras, se metió por el pequeño escondrijo que en un día de furor había creado su hermano, el pintor. Estando allí sin poder hilar alguna idea, con el corazón sobrecogido por sentir el olor de la locura, y con la abrumadora idea del destino, conjugó las meditaciones incongruentes de su joven mente. Para volver al principio de todo, debía entender el mensaje de las cirugías razonarias que suelen utilizarse para acabar con ciertas extrañas misiones de unas cuantas personas.

¿Qué edad tenía? No tenía. Tiene la edad del maúllo, del colibrí que asesinado en la acera, con las vísceras afuera y el pico aplastado, continúa por siempre cantando la canción que nunca pudo escuchar. En todo caso, se podría obtener el permiso para las fortunas ajenas y conseguir un pedazo de triunfo pasado, combinarlo con un poco de momentánea frustración y embutírsela, hasta el punto de pasar un instante en la muerte... Luego, cuando por artificios inentendibles el organismo se dominara y tomara un poco de liquido, el cuerpo se restablecería .

ALUCINACIONES

Sentía la verdad que se mezclaba con el óxido de la puerta, sentía la estancia de las cercanas alucinaciones, sentía la muerte de frente. Bajó la cabeza, su cara quedó frente a la lápida. Sus ojos se deslizaron por entre cada palabra que conformaba su nombre. El frío de la mañana pasaba por entre su cuerpo. Después de diez minutos de no inmutarse, de permanecer en una más de las ensoñaciones, decidió hacer algo con su vida. No faltaban muchas horas y lo sabía. Tenía el tiempo exacto para cumplir con algunos deseos. Se dirigió hacia su casa que no distaba más de una cuadra del cementerio de San Lorenzo, donde se encontraba. En el camino se le cruzó un viejo de bigote gris, debajo del cual una pequeña boca dibujaba una grata sonrisa. Ella lo miró como si él tuviera una verdad que revelarle, como si el anciano no hubiese existido más que para regalarle una pequeña mueca que ella interpretaba como una enigmática señal. El misterio estaba tanto en la lluvia que empezaba a caer como en el abrigo café con el que se arropaba cada vez más. Al llegar, vio en la puerta un letrero negro; intentó leer lo que decía pero no sabía cómo ni cuándo se le había olvidado descifrar los códigos que aprendió hacía doce años. Sacó la llave dorada y la introdujo en la cerradura. La llave no ajustaba a los engranajes, empezó a dudar de que ella fuera ella, de que sus recuerdos fueran reales. Retrocedió tres pasos, tiró la llave, y cuando estaba lista para salir corriendo sintió que la tibia mano del viejo se extendía sobre su mejilla izquierda. El tiempo se había detenido en la escena que narro, y en tu vida, persona que lees. Puedo decirte que concibo tu figura y tus ojos pasando por cada letra, mientras las ideas se configuran en tu cerebro que luego, manda corrientes eléctricas a diferentes partes de tu cuerpo. El cuerpo que ahora ajustas a la idea de realidad más allá de estas líneas.

(Mila Barcia, seudónimo. Estudiante de periodismo U.de A. - Textos de un libro inédito)

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